lunes, 10 de octubre de 2016

EL HINTERLAND SANTACRUCERO. (1a PARTE). EL HISTÓRICO "CIRCUITO" DEL AGUA

Es consustancial a todos y cada uno de nosotros  tener vínculos especiales ligados a determinados enclaves, casi siempre adscritos a épocas amigables y despreocupadas, como la infancia. Eso me ocurre cuando me pierdo recorriendo esos riscos y montañas que custodian la urbe santacrucera, "mi campo de juegos" de niño,  todo un reducto de naturaleza en pleno traspaís de la ciudad. Un lugar que me evoca aquellas correrías infantiles siguiendo sus centenarias y vetustas atarjeas y acueductos por sus estrechos andenes que zigzaguean las escarpadas laderas de los barrancos, o atravesar, con cierta inquietud, aquellas oscuras y largas "cortadas" que, a modo de túnel, comunicaban los diferentes valles como los de Anchieta, La Leña y Tahodio.  De todo ello voy hablar en este artículo; de cómo una infraestructura hoy olvidada, que supuso un ímprobo esfuerzo humano, económico y de ingeniería, fue tan importante para dar cobertura a las necesidades de una urbe y un puerto que crecían exponencialmente.


Barranco de Anchieta y su red de atarjeas.
Emplazamiento y traspaís santacrucero

Santa Cruz desde Anchieta
Santa Cruz de Tenerife es una ciudad cuyo emplazamiento y soporte físico queda constreñido por las montañas y los riscos del Macizo de Anaga, hacia el norte,  y el océano Atlántico, por el sur. A su vez, una serie de barrancos que nacen en el interior del macizo, atraviesan y desaguan en su litoral, algunos de ellos hoy soterrados, en su tramo final, bajo el asfalto y cemento de la urbe. Estos condicionantes han marcado el devenir de su historia urbana; desde aquel primigenio caserío en torno a la Caleta de Blas Díaz y la Iglesia de la Concepción, hasta convertirse en la urbe actual, el crecimiento urbano se ha ido produciendo necesariamente a saltos de barranco, conviviendo ese urbanismo con una importante agricultura en torno a sus laderas y pie de montes.
Barranco de Tahodio

Mar y montaña son dos activos importantes que, paradójicamente, han ido cayendo en el olvido, pudiendo afirmarse que la ciudad, al menos durante las últimas cuatro o cinco décadas, ha vivido de espaldas a ambos. Bien es cierto que parece existir una voluntad de volver a acercar el mar a la ciudad, con la ejecución de algunos ambiciosos proyectos recientes y otros pendientes, pero con la montaña sucede otro cantar. Y es que realmente hay un conspicuo desconocimiento del patrimonio natural y cultural, tangible e intangible, que atesoran los barrancos santacruceros, representados por su principal el de Santos y de otros como los del Hierro, Aceite, Aguaite, San Antonio, La Leña, Anchieta, Almeida, Tahodio, Valleseco y Bufadero por no extendernos más allá. Unos activos en el olvido que bien merecen ser dados a conocer.

Ese hinterland de barrancos, laderas y riscos, que se extiende tras la ciudad, realmente encierra unos elementos patrimoniales sorprendentes, en términos de lucha urbe "versus” territorio por abastecerse. 

El agua de abasto y su tránsito hasta la ciudad

Uno de los grandes problemas que la población hubo de enfrentar desde sus inicios, fue la demanda de agua, elemento vital sin el que es posible la producción y reproducción social. 
Ya en aquel lejano 1494, cuando se funda el "Real de Añazo", las tropas de Alonso Fernández de Lugo eligen como emplazamiento la vera del Barranco de Santos, cuyas escorrentías permanentes –se le llegó a denominar “El Río”- les aseguraba un fácil acceso al preciado recurso. 

Con la llegada de nuevos colonos, tras la Conquista, y el consiguiente aumento de población, fueron numerosos los pozos que se abrieron junto al barranco, cuyas aguas eran extraídas por el sistema de norias -hecho que ha dejado huella en la toponimia de la ciudad como ocurre con la popular Calle de La Noria, que discurre paralela al Barranco de Santos-, que cubrían la demanda del incipiente caserío, pero que pronto quedaron inservibles para el consumo humano debido a que la calidad de sus aguas mermaron, por su incesante explotación y subsiguiente "contaminación", al mezclarse con el agua de mar, volviéndose salobres. 

Las canales de madera. El primer "circuito" del agua. 


Fuente de Isabel II a finales del siglo XIX. Foto: Miguel Bravo
De esta modo, ya durante el siglo XVIII se hubo de recurrir a traer el agua hasta la ciudad desde las montañas, donde se ubicaban los principales nacientes de Anaga, Tahodio y los Montes de Aguirre, construyéndose para ello, en 1707, una compleja red de canales de madera, por orden del Capitán General Agustín de Robles y Lorenzana -obra sufragada por la Real Hacienda, pósitos del Cabildo y algunos vecinos- que, salvando el escollo de las montañas,  llegaban  hasta la ciudad cubriendo el abasto de la población, las fuentes públicas, las necesidades de las tropas de defensa, la aguada de los barcos y los riegos de las fincas y huertas de la ciudad.  
Plano de Santa Cruz de Le Chevalier, en el que se puede ver la canalización de madera que conducía agua hasta la fuente del Chorro en la actual calle del Pilar. Fuente: canarizame.com
Este primer trazado de atarjeas consistían en un sistema de canaletas de madera empatadas y colocadas sobre palos o soportes equidistantes. Se encontraban elevadas a cierta distancia del suelo, con el fin de impedir que el ganado abrevara en ellas. Además se situaban en lugares poco frecuentados y de complicado acceso, a fin de impedir que los vecinos sustrajeran el líquido elemento. Asimismo, los frondosos bosques de laurisilva y monteverde de Anaga suministraron toda la madera precisa, lo que se tradujo en una obra llevada a cabo con gran rapidez y relativo bajo coste.  

La canalización de 1827. La obra de mampostería. 

Acueductos en el Bco. de Anchieta
Conforme la ciudad y su puerto crecían, y por ende la población, las demandas de caudales de agua también se incrementaron. Los canales de madera mantuvieron su servicio hasta poco después de 1826, cuando siendo D. Francisco Tomás Morales -Comandante General de la Provincia y Presidente de la Junta Administrativa del Agua-, se inician las obras para sustituir el circuito de atarjeas de madera por una gran obra de mampostería, con túneles y acueductos. Un proyecto necesario que, amen de incrementar sobremanera los caudales, sería más seguro y duradero, en aras de minimizar pérdidas de agua y las constantes reparaciones que requerían las viejas canalizaciones de madera. Esta empresa se llevó a cabo sufragada por el Ayuntamiento y algunos vecinos con cierto poder adquisitivo que participaron como accionistas

La obra no sólo se limitó a la canalización en sí; para realizar esta nueva conducción de "11.000 varas" de atarjeas, fue preciso fabricar caminos para acercar materiales y personal al trazado escogido, cuyas tareas precisaban la utilización de argamasa, encalado y otras obras menores.

Con la obra de la Presa de Tahodio, hacia 1916, se configuró otro nivel de atarjea, paralelo al de 1826. Y ya en los años 30-40 del pasado siglo, un tercero de hormigón armado y encofrado.
Tramos de atarjeas que transitan por las ladera sur del Barranco de Anchieta

Detalle de los materiales empleados en los soportes, canales y acueductos
Arco o acueducto que salva el paso de la canal por el Barranquillo del Aceite
Arco o acueducto a su paso por un barranquillos
Acueducto que salva el Barranco de La Leña.
Detalle de la atarjea más reciente, de hormigón armado. Siempre de trazado pararlelo
al circuito primigenio. Barranco de La Leña.

Detalle en el Barranco de Anchieta. con canales de desagüe bajo la atarjea que discurre por encima de los mismos.
Imagen donde se aprecian  los diferentes niveles de conducciones. Barranco de Anchieta
Una obra de este calibre, en pleno siglo XIX, a lo largo de varios kilómetros de riscos y andenes casi inaccesibles,
 requirió de un esfuerzo humano y material sin parangón.

Perspectiva que refleja la complejidad y espectacularidad de la obra 


Otra perspectiva de la canalización más reciente sustentada por columnas de hormigón


LAS CORTADURAS

Durante la ejecución del proyecto de 1826, se decidieron realizar otras obras de mayor envergadura, como era la de hacer una Cortadura o Taladro para dar paso la canalización desde el Valle de La Leña al de Anchieta, con cuya obra se lograba además de sacar el agua a mayor altura, se consiguió ahorrar muchos centenares de metros de trazado. Cuentas las crónicas que este reto para la ingeniería de la época, requirió contar con dos quintales de pólvora, suministrados por el Comandante de Artillería a la Junta del Agua.

La Cortadura Grande

Es el paso subterráneo que comunica los Valles de La Leña y Anchieta.



Pequeño pasillo que atraviesa la montaña.
Tramo de conducciones "que penetran" en la Cortadura Grande, hacia el Valle de La Leña desde el de Anchieta.

La Cortadura Chica

Es el paso subterráneo que comunica los Valles de Tahodio y La Leña.


Bocas de entrada y salida de la Cortudara Chica desde el Barranco de La Leña a Tahodio



VALORACIÓN DEL LUGAR 


12345
VALORES PATRIMONIALES




VALORES PAISAJÍSTICOS




VALORES CIENTÍFICOS




GRADO DE CONSERVACIÓN




CAPACIDAD EVOCADORA





BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA

  1. ·        Luis Yanes, Mª Jesús y Sánchez Hdez., José María: Historia de S/C de Tenerife
  2. ·        García, Carlos. S/C de Tenerife. Historias y Añoranzas de la Antigua Cuidad
  3. ·        Cola Benítez, Luis. Barrancos de Añazo.
  4. ·        Cola Benítez, Luis. La Odisea del Agua en Santa Cruz.
  5. ·         Cioranescu, Alejandro: La Historia de Santa Cruz de Tenerife.


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