martes, 4 de octubre de 2016

REFLEXIONES DESDE LA VENTANA JUNTO A LA PEQUEÑA GÉNOVA ATLÁNTICA.


Ventana con asientos e inmejorables vistas
"Hállome" aquí, tan extraño, junto a una vetusta y centenaria ventana de asientos de un viejo inmueble "superviviente" de una gran "tragedia". Desde aquí sus propietarios y descendientes, durante generaciones, han tenido el privilegio de contemplar la hermosa trama urbana radioconcéntrica de la Villa y Puerto de Garachico; un plano tan singular que llegó a denominarse como la Pequeña Génova del Atlántico, algo que tampoco es de extrañar teniendo en cuenta el origen de su fundador, el banquero Cristóbal de Ponte, que ya desde 1499 se constata tenía residencia en la zona.

Desde este lugar elevado, rodeado por las lavas que, aquel lejano mayo de 1706, fluyeron sobre  estas pronunciadas pendientes que enmarcan la población, procedentes de la erupción del volcán de Montaña Negra o Trevejo, llegan recuerdos de mi infancia,  aquellas historias y leyendas que leía o me contaban durante mi etapa escolar, aquellas  que mencionaban la presencia de barcos sepultados bajo la lava, cargados de fabulosos tesoros, oro y joyas, pavimentos de mármol que enaltecían aquellas calles llenas de opulencia, por las que transitaban incesantemente, clérigos, banqueros, mercaderes, comerciantes y terratenientes, sin duda lo más selecto de los estamentos sociales de la isla en aquellos años. Uno imaginaba el mito pompeyano trasladado a Tenerife.

Mapa de Garachico de Leonardo Torriani (finales del siglo XVI), donde se observa la magnitud de la bahía antes de la erupción de 1706, así como la peculiar distribución que adquiere la trama urbana muy semejante a los modelos adoptados por Génova.

Siempre he sentido predilección por los cascos históricos, ellos concentran, sin duda,  gran parte de la esencia cultural de nuestra tierra, constituyendo un libro abierto de los modos de vida pretéritos, de la evolución de nuestra arquitectura y poblamiento, las influencias constructivas y sociales de tanto endógenas como exógenas, en definitiva nos muestran muchos matices de nuestra cultura. 

Ningún otro lugar del norte de la isla de Tenerife disponía de mejor fondeadero que la amplia y protegida rada garachiquense. Desde los primeros años subsiguientes a la conquista europea, la industria azucarera se convirtió en el motor de la economía insular y la zona de Daute fue, sin duda, un referente en términos de producción y exportación de tan preciado género. De este modo, no es de extrañar el desarrollo poblacional que pronto adquirió el lugar como entrada y salida de productos; lugar donde se realizaban las transacciones comerciales y se desarrollaba una intensa mercadería, comenzando tempranamente a consolidarse una peculiar trama urbana en torno a su amplia ensenada. 

Así nace Garachico, consolidándose como núcleo urbano donde, con el tiempo, se fueron estableciendo banqueros, promotores, consignatarios, carpinteros de ribera, pescadores y otras gentes vinculadas al sector y la actividad agrícola y portuaria, así como importantes órdenes religiosas que eligieron la Villa para levantar sus conventos, ermitas e iglesias, algunas de las cuáles aun permanecen en pie.

El siglo XVII constituye su época de máximo esplendor, con el ciclo del azúcar acabado y el auge de los famosos vinos de malvasía, los más apreciados en el mundo de aquella época y cuyo secreto, desdichadamente, parece perderse en la noche de los tiempos.

De su puerto, para bien y para mal, dependía la economía de la Villa. Acondicionado durante el reinado de Felipe II, partían las naves cargadas de azúcar y, posteriormente, con el afamado malvasía hacia los puertos del “Nuevo Mundo”, Gran Bretaña, Flandes, Angola, etc., y regresaban repletas de productos de considerable estima, como especias orientales, esclavos de África, paños ingleses, obras de arte de Flandes y diversos productos manufacturados, como joyas, aceites, cueros, y otros géneros de estimable valor. Fruto de ese desarrollo mercantil y social, Garachico se transformó en una localidad próspera, sin parangón en la Isla, hasta  la erupción volcánica de Trevejo o Montaña Negra, cuando aquel lejano 5 de mayo de 1706 la tierra se abrió en la cumbre y varias lenguas de lava discurrieron ladera abajo, salvando el escollo orográfico, sepultando para siempre la hermosa bahía que quedó reducida a la pequeña rada que vemos hoy, y cercenando cualquier  posibilidad de mantener su privilegiado estatus. Aquel importante puerto comercial apenas pasó a convertirse en un modesto caladero de barcos de pesca.

Qué curiosa paradoja la del cremonense Leonardo Torriani, ingeniero militar de Felipe II, cuando analizando las necesidades de defensa de la población convino reforzar ambos flancos, este y oeste, menos por detrás -hacia el sur-, afirmando: "Garachico se halla debajo de montañas muy altas, por donde no le puede venir ningún daño"


...y FUE DESDE LA CUMBRE DONDE VINO EL DAÑO IRREPARABLE...
Una de las lenguas de lava que inutilizaron la rada en 1706.
"Puerta de Tierra" (siglo XVI), rescatada de las
 lavas de la erupción de 1706 . Era la entrada principal 
de aquel puerto por donde entraban y salían 
mercancías de todo tipo. 

Castillo de San Miguel (1575)
Sin duda era Garachico aquel lugar delicioso y puerto de mar opulento, del cual nos dejó la siguiente descripción el franciscano y escritor Fray Andrés Abreu:

"Está la alegre y hermosa situación de Garachico al pie de un risco que se levanta por la parte del sur, tan empinado que no parece sino antepecho de esmeralda en que descansa el cielo... tan derecho... que su misma elevación protesta sus trabajos en el continuo sudor de muchas copiosas fuentes... Es verdaderamente deleitable a la vista, porque todo el año se viste de una agradable primavera que, en la amigable composición de pensiles y montes, mezcla frondosas vides y variedad de plantas fructíferas... con la permanente frescura de árboles silvestres... Por la parte del norte se halla el lugar sitiado de la jurisdicción del mar, a quien embravecen tanto los enojos del cierzo que suele salir de su curso y atravesar las calles...".

Imagen del Garachico a finales del siglo XIX


Una trama urbana singular, vinculada a la presencia genovesa

Fundado en 1499 por el genovés Cristóbal de Ponte, Garachico, como “centro neurálgico” de la presencia genovesa en la Isla de Tenerife y Comarca de Daute, en el siglo XVI, refleja en su diseño urbano, arquitectura y expresiones patrimoniales, a escala reducida, gran parte de los modelos de hábitat propios de Génova y su poderosa República italiana de finales de la Baja Edad Media.

La importancia comercial adquirida durante los siglos XVI y XVII, así como su peculiar morfología urbana y planimetría de la Villa, justifican el calificativo de “La Pequeña Génova Atlántica”.

Panorámica de Garachico donde se refleja su peculiar plano.
La impronta del Renacimiento tardío

Añeja silueta de casonas con balcones y la Iglesia matriz
de Santa Ana (1520), al fondo.
Un paseo por su primigenia trama refleja las formas específicas a través de las cuáles el Renacimiento tardío se proyecta en el espacio urbano, con especial incidencia en las tipologías del hábitat y la arquitectura religiosa. La Iglesia Matriz de Santa Ana, el Convento de San Francisco o la Casa de los Marqueses de Adeje y Condes de la Gomera son fieles exponentes de esta corriente que se extiende hasta el siglo XVII.
La "Casa de Piedra" o de los Condes de La Gomera (siglo XVII)
Rincón garachiquense y pórtico del Convento
 de San Francisco
 Una ciudad libre y tolerante

Otro de los grandes rasgos que se puede inferir en la arquitectura de la Villa deriva de la importante presencia en la Comarca de judíos y moriscos, en especial de origen portugués, que habían huido del rigor inquisitorial en el continente. Un espacio, sin duda, de libertad en la dura etapa de intransigencia religiosa generada a partir de 1482, con la potenciación en la Monarquía hispana del Santo Oficio. Retazos de estas culturas, pueden verse en los artesonados mudéjares de los templos, como la Parroquia Matriz de Santa Ana o el ex-convento de San Francisco, y en los edificios del casco que presentan el característico ajimez u oteadero, como los de la Casa de los Marqueses de la Quinta Roja, la Casa de los Ponte y otros inmuebles ligados a algunos inmigrantes célebres que se asentaron en la zona.



Casas con  ajímez u oteadero, torreón desde el cuál se
divisaba el tránsito de barcos en la rada




Casa de Ponte (S.XVIII), con su ajímez característico, notable inmueble hoy reconvertido en hotel
Una arquitectura tradicional en todas sus variedades

Hacienda de El Lamero

Un paseo por la estrecha red de calles y vericuetos de la Villa, declarada Bien de Interés Cultural como Conjunto Histórico, en 1994 por el Gobierno de Canarias, nos descubre la belleza del patrimonio arquitectónico que concita, representado por la vivienda doméstica popular, de una planta, donde se infiere la notable impronta portuguesa en sus tejados a cuatro aguas rematados en punta de diamante. 

También abundan edificaciones de dos y tres alturas levantadas por familias con mayor poder adquisitivo, propietarios de la tierra, banqueros, consignatarios, clero y otros. Sobresalen asimismo algunas "haciendas", grandes inmuebles adscritos a una gran propiedad, otrora ligados a todo el sistema productivo desarrollado en su entorno. La Hacienda de El Lamero o la casa del Marqués de Villafuerte constituyen dos magníficos ejemplos. 

A todo ello hay que añadir sus notables exponentes de la arquitectura religiosa, muchos de ellos presentes desde la época fundacional, con destacadas fábricas que denotan la importancia que en su día llegó a adquirir el lugar.

La Casa de Arango (S-XVII), otro superviviente
milagroso de aquellos ríos de lava
que anegaron e inutilizaron la rada.
Véase una de las lenguas en la ladera.


Monumento que conmemora
el célebre "Derrame del Vino" de 1666,
obra del grancanario Luis Montull.

Más de cinco siglos de avatares jalonan su existencia. Una Villa que ha sabido resistir y sobreponerse a cuantas contingencias se han cruzado en su devenir histórico; no en vano siempre fue punto codiciado por la piratería; un lugar que ha sufrido temporales de mar devastadores, grandes incendios, mortales epidemias de peste, contrarrestado importantes crisis económicas, rebeliones populares como el célebre "Derrame del vino", acaecido en 1666, motín donde los garachiquenses se rebelan contra la pretensión monopolista inglesa; y, sobre todo, el azote del volcán de Trevejo, aquél funesto 5 de mayo de 1706, cuyas lavas cegaron su rada y cercenaron un futuro de prosperidad.

Con todo, hoy la Villa mantiene vivas las señas de identidad de lo que otrora fue, siendo el principal activo para garantizar el futuro de sus gentes, una impronta del pasado que no sólo ha de ser conservada, sino también, en la medida de lo posible, acrecentada, a través de políticas públicas que realcen, en clave sostenible, sus históricos valores y la idiosincrasia del lugar. 

La Plaza de Abajo, lugar aproximado donde se realizaban los embarques previos a 1706.
Panorámica con característico plano urbano de Garachico
Estampa característica de Garachico, junto a su Roque.
Detalle del casco de Garachico. En primer término la Plaza de Abajo y destacando la Iglesia matriz de Santa Ana (S- XVI)




















VALORACIÓN DEL LUGAR


1 2 3 4 5
VALORES PATRIMONIALES




VALORES PAISAJÍSTICOS




VALORES CIENTÍFICOS




GRADO DE CONSERVACIÓN




CAPACIDAD EVOCADORA




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